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Emma abrió sus ojos, parpadeando lentamente en
confusión. Su cuerpo se sentía extrañamente pesado, sus brazos eran como plomo a
sus lados. Miró el desconocido techo cerámico con luces fluorescentes
industriales. La habitación olía a cera y a medicina. Había unos extraños
monitores asomados sobre su cama, haciendo sonidos y parpadeando.
Trató de levantarse, pero su cuerpo aún no se
movía. Miró hacia abajo, y su corazón aceleró. En vez del pijama de puntos de
Sutton, llevaba una delgada bata de hospital blanca. Tenía un brazalete
plástico en su muñeca. Sus brazos y piernas estaban amarrados a la cama con
cinturones sucios de cuero.
- ¡no! – Emma gritó, tirando de los
cinturones. Se movía de allá para acá, pero eso sólo parecía apretarlos más.
- He estado esperando mucho tiempo por esto, -
dijo una voz conocida. Emma resopló. Becky. – Agradezco mucho que finalmente
hayas podido venir conmigo.
El sonido de las sábanas y un crujido del
colchón indicó que su madre se había bajado de la cama. Emma giró tanto su
cabeza que pareciera que su cuello se fuera a cortar, pero aún no la podía ver.
- ¿Mamá? – susurró.
- Trataron de mantenernos separadas, - dijo su
madre. – Pero se supone que tú y yo estaremos siempre juntas, Emmy. Y ahora
podemos estarlo.
- Esto es un error, - Emma dijo, moviéndose de
nuevo. – Yo no pertenezco aquí.
- Claro que le perteneces a tu madre, - dijo
Becky dulcemente. – No te preocupes. Ahora estás aquí, y yo voy a cuidarte.
Luego lo entenderás.
- ¿Entender qué? – Emma preguntó. Becky no
respondió. - ¿Mamá?
- Fue muy difícil verte ir de casa adoptiva en
casa adoptiva. – la voz de su madre sonaba triste, trémula. Ahora estaba más
cerca. – Odiaba verte tan sola. Tan miserable. Todo lo que siempre quisiste era
una familia.
Emma estaba recostada sin respirar, en
silencio.
- Pensaste que te abandoné, pero yo estaba
vigilándote todo el tiempo. Y lo sé. Una madre siempre lo sabe. Yo tenía un
plan, y funcionó. Esperaste pacientemente como una buena chica, y ahora tienes
una familia.
Emma movía su cabeza diciendo no
frenéticamente, tensando sus ataduras. – No quería tener una familia de este
modo, - insistió. – Nunca quise herir a nadie.
- Todos los días hay personas heridas, - Becky
le susurró al oído. - ¿Tienes alguna idea de cuánto me dolió dar a luz gemelas?
Nunca supe que iban a haber dos. No se suponía que haya dos. Pero está bien. He
corregido el error.
- Mamá, para, - Emma dijo retorciéndose de
nuevo. – Por favor dime que tú no lo hiciste.
La cara de Becky de repente apareció frente a
ella, más esquelética que nunca. Sus ojos estaban hundidos y ahuecados, sus
labios delgados y blancos. Sonrió a su hija con tristeza. Una retorcida mano se
estiró para quitarle a Emma el pelo de la cara, un gesto que Emma recordaba de
cuando era pequeña.
Luego Becky recogió una almohada de la cama
junto a Emma y la abrazó casi como a un bebé.
- Cariño, no siempre obtienes lo que deseas, -
dijo. Luego, aun sonriendo, presionó la almohada sobre la cara de Emma.
Emma gritó en la almohada. Intentó quitarse de
encima el peso de Becky, pero los amarres en sus muñecas y tobillos le herían
la piel. En sus párpados podía ver manchas de colores bailando. Sus pulmones
ardían y su mente estaba borrosa, hasta que el mundo a su alrededor se volvió
brillante y transparente. Y entonces, en ese espacio surreal en algún lado más
allá de su visión, vio a una chica de más o menos su edad. La chica estaba
gritando algo. Era linda, con largo cabello castaño y ojos azules. Se estaba
viendo…. ¿A sí misma?
No. Me estaba viendo a mí. – Emma, -
grité.
Emma vio los labios de la chica moverse, pero
no pudo distinguir las palabras. Pero de algún modo, supo que era Sutton. Emma
miró la cara de su hermana, tan como la suya. Luego tuvo una pacífica sensación
de desconexión, como si estuviera profundamente bajo el agua. Espérame,
Sutton, pensó. Ya voy. Al menos estaría con su hermana ahora. Becky
lo había garantizado.
Sus pulmones dieron una última y desesperada
arcada. Luego se sentó rígidamente en la cama de Sutton. En el pijama de
Sutton, en a casa de Sutton. Era el sábado por la mañana. Las sábanas se habían
enrollado alrededor de sus brazos y piernas tan tensamente que apenas se podía
mover. Entraban rayos de luz por la ventana.
Aun respirando con dificultad, tomó la bata de
Sutton y entró a baño que conectaba su cuarto con el de Laurel. Cerrando la
puerta, hizo correr el agua caliente al máximo. La pequeña habitación de color
rosa y blanco se llenó de vapor. Hizo a un lado la cortina de la dicha y se
metió.
Sólo fue un sueño, seguía
repitiéndose a si misma. ¿Pero no era que los científicos siempre decían que
los sueños revelaban las verdades que el yo-despierto no podía enfrentar? ¿Su
sueño le había mostrado la verdad real de Becky? Deseaba poder hablar con
Sutton, sólo por un minuto, para que su gemela pudiera decirle el nombre de su
asesino.
Pero yo tampoco lo sé, pensé con tristeza.
Emma se rascaba la piel con enojo con una
esponja rosada, tratando de espantar el recuerdo de la pesadilla. Para cuando
se había secado el pelo y decidido por unos jeans ajustados color rojo como el
camión de los bomberos, y una remera blanca, se estaba sintiendo mejor,
aunque el sueño seguía pegado en su mente como un trozo de celofán. Bajó
corriendo las escaleras hacia la cocina, con la esperanza de que un vaso de
jugo de naranja y algo de desayuno le despejen la mente.
La Sra. Mercer estaba sentada en la mesa,
bebiendo una taza de té y leyendo la sección de bodas como lo hacía cada sábado
por la mañana. El Sr. Mercer estaba terminando de lavar los platos mientras
Laurel los secaba y guardaba.
- Allí estás, - la Sra. Mercer dijo, mirando
por encima de sus lentes de lectura. – Estaba por ir a ver si estabas en
movimiento.
- Te guardamos un waffle, - añadió Laurel,
acercándole un plato a Emma.
Laurel y yo siempre tuvimos un tácito acuerdo
de no hablar de carbohidratos o calorías las mañanas de los días sábado, cuando
nuestros padres hacían panqueques o tostadas francesas o las crepas de queso
crema especiales de mamá. Emma sonrió y alcanzó el almíbar.
- Pensamos en ir al mercado después de
desayunar – dijo el Sr. Mercer. – Haré ratatouille esta noche si puedo
encontrar vegetales decentes.
Emma tomó un mordisco de su waffle, pensando.
Quería ir directo al hospital ese día para encontrar los informes de Becky.
Pero luego de la pesadilla que acababa de tener, no pensaba que podría
enfrentarlos todavía. El sol brillaba a través de la ventana y una fresca brisa
otoñal movió las cortinas. Era un bello día para una excursión familiar. –
Claro, - dijo. – Vamos.
Media hora después, la familia se subió al
SUV. E Sr. Mercer encendió la radio y puso una estación de los cincuenta
mientras conducía por los caminos alternativos hacia el mercado. El mercado de
granjeros semanal de Tucson era en una plaza de piedra adyacente a una iglesia
vieja estilo misión. Los eucaliptos perfumaban el aire, y una pileta salpicaba
musicalmente en el centro. Los stands estaban cubiertos con manteles de picnic
a cuadros, llenos de productos frescos—Calabacines y calabazas amarillas,
manzanas y naranjas y peras, un arcoíris de pimentones. Una joven pareja con un
coche doble estaba parada afuera de un stand de carpintero, examinando los
juguetes de madera pintados a mano que estaban en exhibición. La fila para la
tienda de café orgánico que estaba al otro lado del terreno se extendía casi
hasta los escalones de entrada de la iglesia.
El Sr. Mercer inmediatamente se acercó a un
hombre con una remera de Grateful Dead que vendía tomates en rama y comenzó a
regatear. La Sra. Mercer probó varios cosméticos ecológicos, hablando
alegremente con la vendedora, quien le recordaba a Emma a una versión más vieja
y más amistosa de Celeste, con su atuendo completamente de lino y su montón de
anillos.
- No debimos haber desayunado, - dijo Laurel,
mirando un stand de mini galletas y quesos. Emma examinó un jarro de tapenade
de aceitunas frescas, pensando en su picnic con Ethan. El recuerdo la
hizo sonreír. – Em, ¿hola? ¿Tierra llamando a Sutton? – Laurel dijo, moviendo
su mano frente a la cara de Emma. - ¿En qué planeta estás?
- Sólo pensaba en Ethan, - Emma confesó.
- Qué lindo. – laurel le dio un codazo
juguetón. – Entonces, estaba pensando. ¿Puedo pedirte prestado tu delineador
líquido para la fiesta de esta noche? Quiero hacerme algo como ojo de gato
estilo retro.
- Por supuesto, - Emma dijo. - ¿Tú vas
a llevar a alguien a la fiesta?
- Si, Caleb y yo estamos intentándolo de
nuevo, - Laurel dijo, sonrojándose. – Como que lo boté cuando Thayer volvió.
Pero le dije que ya había terminado con eso.
- Él parece muy dulce, - Emma dijo. Laurel y
Caleb habían comenzado a salir justo antes de Halloween, y a Laurel le gustaba
mucho—hasta que Thayer volvió a entrar en la foto.
- Lo es. – Laurel sonrió. – Agradezco que me
haya perdonado.
- Desearía que Ethan también supere todo el
asunto de Thayer, - Emma dijo, esperando que no sea muy raro hablar de esto con
Laurel. – Yo de verdad quiero ser amiga de Thayer, pero cada vez que hablo con
él, se siente como si estuviera escabulléndome a espaldas de Ethan.
Laurel se ajustó el brazalete dorado de tenis
en su muñeca. – Eso es porque tú y Thayer no pueden ser amigos, - dijo con toda
naturalidad. Emma parpadeó. – Oh, vamos, - Laurel insistió. – Sólo porque al
comienzo salías con él como broma no significa que no sepamos todas que ustedes
dos están locos por ustedes. Y Thayer sigue enamorado de ti. Ese tipo de
sentimientos… no se van fácilmente. Quizás nunca.
Emma negó con la cabeza, parpadeando. ¿Sutton
inicialmente salía con Thayer por una broma del Juego de las Mentiras? Eso era
una novedad. – Estás loca. Thayer no sigue enamorado de mí.
- Lo que digas. – Laurel alcanzó una bolsa de
plástico y la llenó con granadas. Emma miró a otro lado, al otro extremo de la
plaza, para no tener que mirar a Laurel a los ojos.
Y allí fue cuando vio a una mujer con cabello
negro y alocado, brazos demasiado delgados, y una remera andrajosa sentada al
otro lado de la plaza. Becky. Una gran familia pasó frente a Emma, y para
cuando terminaron de pasar, Becky había desaparecido.
Sin pensarlo, Emma se puso de pie, le arrojó
su cartera a Laurel, y se dirigió a través de la multitud. Pasó a un hombre que
llevaba suspensores morado brillante que vendía helado casero en sabores como
caramelo salado y pera jengibre, luego pasó a través de un grupo de
adolescentes.
- ¡Oye, con cuidado! – una chica andando en
bicicleta con cintas amarillas giró para evitar a Emma, pero Emma apenas
reaccionó.
- Lo siento, - murmuró, aun moviéndose con
agitación, intentando ver hacia dónde se había ido Becky.
Allí. Estaba caminando hacia la fila de
stands más lejana. Sus zapatillas estaban afirmadas con cinta de embalar, y no
eran iguales. Su cabello estaba en coletas, tal como solía arreglar el cabello
de Emma antes de la escuela cada mañana. Emma sintió un pinchazo en el pecho.
Becky lucía tan desamparada—e inocente. ¿Podría realmente ser capaz de
asesinar?
Emma empujó a un grupo de chicas
universitarias frente a un stand de dulces veganos, casi pisando la funda de
guitarra abierta de un guitarrista callejero con barba de varios días. - ¡Mamá!
– gritó. Muchas mujeres la miraron pero se voltearon al notar que no era su
hija gritando. - ¡Becky!
Emma sabía que esta era su última oportunidad.
Se liberó de la multitud, corriendo junto a un lujoso restaurant de pizza y una
galería que vendía arte Hopi, casi chocando con Becky por atrás. Tomó el brazo
de su mamá y la tironeó hacia atrás.
- ¿Qué estás…? – La pregunta se terminó a
medio camino. La mujer a quien Emma había detenido era sólo un par de años
mayor que ella misma. Tenía un alfiler de gancho en la nariz y sombra de un
profundo color morado en los párpados. Su polera hacia publicidad de una banda
llamada los Vómitos, y de cerca Emma podía ver tatuajes a través de las
quemadas de cigarro en la tela de esta.
Soltó el brazo de la extraña.
- lo siento, pensé que eras otra persona, - Emma
murmuró.
- Claramente, - dijo la mujer, su voz
entrecortada y con hostilidad. – Métete las manos a los bolsillos.
Emma se volteó aturdida y justo a tiempo para
ver a Laurel corriendo para alcanzarla. La chica punk blasfemó entre dientes y
se fue.
- ¿Quién era esa? – Laurel preguntó cuando
recuperó el aliento.
- Era… pensé que era Rose McGowan. – Emma
estaba atontada. – Quería pedirle un autógrafo.
Laurel la miró boquiabierta incrédula. - ¿Por
qué estaría Rose McGowan vagando los el mercado de los campesinos de Tucson en
noviembre?
- Bueno, obviamente no lo hacía, - dijo Emma
cortantemente. Su garganta dolía y se sentía como si estuviera ahogándose—le
tomó un momento para notar que estaba tragándose un sollozo. Le recibió su
cartera a Laurel. – Vamos, mejor volvamos.
Se dio media vuelta y caminó de vuelta hacia
la plaza sin decir otra palabra. Laurel fue tras ella.
- Creo que te estás volviendo loca, - Laurel
murmuró.
Emma estaba empezando a estar de acuerdo con
ella. Metió su mano a su cartera y sintió el borde de la tarjeta llave
del hospital. Pesadilla o no, tenía que actuar. Si se quedaba sentada por
más tiempo esperando a ver qué podría hacer Becky, terminaría volviéndose loca
ella misma.
Tenía que mantenerse cuerda. Su vida dependía
de eso—y cualquier esperanza de justicia que yo tuviera también dependía de
eso.
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