domingo, 21 de febrero de 2016

Cross My Heart, Hope to Die - Capítulo 24 - Juntémonos en la plaza

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 Emma abrió sus ojos, parpadeando lentamente en confusión. Su cuerpo se sentía extrañamente pesado, sus brazos eran como plomo a sus lados. Miró el desconocido techo cerámico con luces fluorescentes industriales. La habitación olía a cera y a medicina. Había unos extraños monitores asomados sobre su cama, haciendo sonidos y parpadeando.

             Trató de levantarse, pero su cuerpo aún no se movía. Miró hacia abajo, y su corazón aceleró. En vez del pijama de puntos de Sutton, llevaba una delgada bata de hospital blanca. Tenía un brazalete plástico en su muñeca. Sus brazos y piernas estaban amarrados a la cama con cinturones sucios de cuero.

             - ¡no! – Emma gritó, tirando de los cinturones. Se movía de allá para acá, pero eso sólo parecía apretarlos más.

             - He estado esperando mucho tiempo por esto, - dijo una voz conocida. Emma resopló. Becky. – Agradezco mucho que finalmente hayas podido venir conmigo.

             El sonido de las sábanas y un crujido del colchón indicó que su madre se había bajado de la cama. Emma giró tanto su cabeza que pareciera que su cuello se fuera a cortar, pero aún no la podía ver.

             - ¿Mamá? – susurró.

             - Trataron de mantenernos separadas, - dijo su madre. – Pero se supone que tú y yo estaremos siempre juntas, Emmy. Y ahora podemos estarlo.

             - Esto es un error, - Emma dijo, moviéndose de nuevo. – Yo no pertenezco aquí.

             - Claro que le perteneces a tu madre, - dijo Becky dulcemente. – No te preocupes. Ahora estás aquí, y yo voy a cuidarte. Luego lo entenderás.

             - ¿Entender qué? – Emma preguntó. Becky no respondió. - ¿Mamá?

             - Fue muy difícil verte ir de casa adoptiva en casa adoptiva. – la voz de su madre sonaba triste, trémula. Ahora estaba más cerca. – Odiaba verte tan sola. Tan miserable. Todo lo que siempre quisiste era una familia.

             Emma estaba recostada sin respirar, en silencio.

             - Pensaste que te abandoné, pero yo estaba vigilándote todo el tiempo. Y lo sé. Una madre siempre lo sabe. Yo tenía un plan, y funcionó. Esperaste pacientemente como una buena chica, y ahora tienes una familia.

             Emma movía su cabeza diciendo no frenéticamente, tensando sus ataduras. – No quería tener una familia de este modo, - insistió. – Nunca quise herir a nadie.

             - Todos los días hay personas heridas, - Becky le susurró al oído. - ¿Tienes alguna idea de cuánto me dolió dar a luz gemelas? Nunca supe que iban a haber dos. No se suponía que haya dos. Pero está bien. He corregido el error.

             - Mamá, para, - Emma dijo retorciéndose de nuevo. – Por favor dime que tú no lo hiciste.

             La cara de Becky de repente apareció frente a ella, más esquelética que nunca. Sus ojos estaban hundidos y ahuecados, sus labios delgados y blancos. Sonrió a su hija con tristeza. Una retorcida mano se estiró para quitarle a Emma el pelo de la cara, un gesto que Emma recordaba de cuando era pequeña.

             Luego Becky recogió una almohada de la cama junto a Emma y la abrazó casi como a un bebé.

             - Cariño, no siempre obtienes lo que deseas, - dijo. Luego, aun sonriendo, presionó la almohada sobre la cara de Emma.

             Emma gritó en la almohada. Intentó quitarse de encima el peso de Becky, pero los amarres en sus muñecas y tobillos le herían la piel. En sus párpados podía ver manchas de colores bailando. Sus pulmones ardían y su mente estaba borrosa, hasta que el mundo a su alrededor se volvió brillante y transparente. Y entonces, en ese espacio surreal en algún lado más allá de su visión, vio a una chica de más o menos su edad. La chica estaba gritando algo. Era linda, con largo cabello castaño y ojos azules. Se estaba viendo…. ¿A sí misma?

             No. Me estaba viendo a mí. – Emma, - grité.

             Emma vio los labios de la chica moverse, pero no pudo distinguir las palabras. Pero de algún modo, supo que era Sutton. Emma miró la cara de su hermana, tan como la suya. Luego tuvo una pacífica sensación de desconexión, como si estuviera profundamente bajo el agua. Espérame, Sutton, pensó. Ya voy. Al menos estaría con su hermana ahora. Becky lo había garantizado.

             Sus pulmones dieron una última y desesperada arcada. Luego se sentó rígidamente en la cama de Sutton. En el pijama de Sutton, en a casa de Sutton. Era el sábado por la mañana. Las sábanas se habían enrollado alrededor de sus brazos y piernas tan tensamente que apenas se podía mover. Entraban rayos de luz por la ventana.

             Aun respirando con dificultad, tomó la bata de Sutton y entró a baño que conectaba su cuarto con el de Laurel. Cerrando la puerta, hizo correr el agua caliente al máximo. La pequeña habitación de color rosa y blanco se llenó de vapor. Hizo a un lado la cortina de la dicha y se metió.

             Sólo fue un sueño, seguía repitiéndose a si misma. ¿Pero no era que los científicos siempre decían que los sueños revelaban las verdades que el yo-despierto no podía enfrentar? ¿Su sueño le había mostrado la verdad real de Becky? Deseaba poder hablar con Sutton, sólo por un minuto, para que su gemela pudiera decirle el nombre de su asesino.

             Pero yo tampoco lo sé, pensé con tristeza.

             Emma se rascaba la piel con enojo con una esponja rosada, tratando de espantar el recuerdo de la pesadilla. Para cuando se había secado el pelo y decidido por unos jeans ajustados color rojo como el camión de los bomberos, y  una remera blanca, se estaba sintiendo mejor, aunque el sueño seguía pegado en su mente como un trozo de celofán. Bajó corriendo las escaleras hacia la cocina, con la esperanza de que un vaso de jugo de naranja y algo de desayuno le despejen la mente.

             La Sra. Mercer estaba sentada en la mesa, bebiendo una taza de té y leyendo la sección de bodas como lo hacía cada sábado por la mañana. El Sr. Mercer estaba terminando de lavar los platos mientras Laurel los secaba y guardaba.

             - Allí estás, - la Sra. Mercer dijo, mirando por encima de sus lentes de lectura. – Estaba por ir a ver si estabas en movimiento.

             - Te guardamos un waffle, - añadió Laurel, acercándole un plato a Emma.

             Laurel y yo siempre tuvimos un tácito acuerdo de no hablar de carbohidratos o calorías las mañanas de los días sábado, cuando nuestros padres hacían panqueques o tostadas francesas o las crepas de queso crema especiales de mamá. Emma sonrió y alcanzó el almíbar.

             - Pensamos en ir al mercado después de desayunar – dijo el Sr. Mercer. – Haré ratatouille esta noche si puedo encontrar vegetales decentes.

             Emma tomó un mordisco de su waffle, pensando. Quería ir directo al hospital ese día para encontrar los informes de Becky. Pero luego de la pesadilla que acababa de tener, no pensaba que podría enfrentarlos todavía. El sol brillaba a través de la ventana y una fresca brisa otoñal movió las cortinas. Era un bello día para una excursión familiar. – Claro, - dijo. – Vamos.

             Media hora después, la familia se subió al SUV. E Sr. Mercer encendió la radio y puso una estación de los cincuenta mientras conducía por los caminos alternativos hacia el mercado. El mercado de granjeros semanal de Tucson era en una plaza de piedra adyacente a una iglesia vieja estilo misión. Los eucaliptos perfumaban el aire, y una pileta salpicaba musicalmente en el centro. Los stands estaban cubiertos con manteles de picnic a cuadros, llenos de productos frescos—Calabacines y calabazas amarillas, manzanas y naranjas y peras, un arcoíris de pimentones. Una joven pareja con un coche doble estaba parada afuera de un stand de carpintero, examinando los juguetes de madera pintados a mano que estaban en exhibición. La fila para la tienda de café orgánico que estaba al otro lado del terreno se extendía casi hasta los escalones de entrada de la iglesia.

             El Sr. Mercer inmediatamente se acercó a un hombre con una remera de Grateful Dead que vendía tomates en rama y comenzó a regatear. La Sra. Mercer probó varios cosméticos ecológicos, hablando alegremente con la vendedora, quien le recordaba a Emma a una versión más vieja y más amistosa de Celeste, con su atuendo completamente de lino y su montón de anillos.

             - No debimos haber desayunado, - dijo Laurel, mirando un stand de mini galletas y quesos. Emma examinó un jarro de tapenade  de aceitunas frescas, pensando en su picnic con Ethan. El recuerdo la hizo sonreír. – Em, ¿hola? ¿Tierra llamando a Sutton? – Laurel dijo, moviendo su mano frente a la cara de Emma. - ¿En qué planeta estás?

             - Sólo pensaba en Ethan, - Emma confesó.

             - Qué lindo. – laurel le dio un codazo juguetón. – Entonces, estaba pensando. ¿Puedo pedirte prestado tu delineador líquido para la fiesta de esta noche? Quiero hacerme algo como ojo de gato estilo retro.

             - Por supuesto, - Emma dijo. - ¿ vas a llevar a alguien a la fiesta?

             - Si, Caleb y yo estamos intentándolo de nuevo, - Laurel dijo, sonrojándose. – Como que lo boté cuando Thayer volvió. Pero le dije que ya había terminado con eso.

             - Él parece muy dulce, - Emma dijo. Laurel y Caleb habían comenzado a salir justo antes de Halloween, y a Laurel le gustaba mucho—hasta que Thayer volvió a entrar en la foto.

             - Lo es. – Laurel sonrió. – Agradezco que me haya perdonado.

             - Desearía que Ethan también supere todo el asunto de Thayer, - Emma dijo, esperando que no sea muy raro hablar de esto con Laurel. – Yo de verdad quiero ser amiga de Thayer, pero cada vez que hablo con él, se siente como si estuviera escabulléndome a espaldas de Ethan.

             Laurel se ajustó el brazalete dorado de tenis en su muñeca. – Eso es porque tú y Thayer no pueden ser amigos, - dijo con toda naturalidad. Emma parpadeó. – Oh, vamos, - Laurel insistió. – Sólo porque al comienzo salías con él como broma no significa que no sepamos todas que ustedes dos están locos por ustedes. Y Thayer sigue enamorado de ti. Ese tipo de sentimientos… no se van fácilmente. Quizás nunca.

             Emma negó con la cabeza, parpadeando. ¿Sutton inicialmente salía con Thayer por una broma del Juego de las Mentiras? Eso era una novedad. – Estás loca. Thayer no sigue enamorado de mí.

             - Lo que digas. – Laurel alcanzó una bolsa de plástico y la llenó con granadas. Emma miró a otro lado, al otro extremo de la plaza, para no tener que mirar a Laurel a los ojos.

             Y allí fue cuando vio a una mujer con cabello negro y alocado, brazos demasiado delgados, y una remera andrajosa sentada al otro lado de la plaza. Becky. Una gran familia pasó frente a Emma, y para cuando terminaron de pasar, Becky había desaparecido.

             Sin pensarlo, Emma se puso de pie, le arrojó su cartera a Laurel, y se dirigió a través de la multitud. Pasó a un hombre que llevaba suspensores morado brillante que vendía helado casero en sabores como caramelo salado y pera jengibre, luego pasó a través de un grupo de adolescentes.

             - ¡Oye, con cuidado! – una chica andando en bicicleta con cintas amarillas giró para evitar a Emma, pero Emma apenas reaccionó.

             - Lo siento, - murmuró, aun moviéndose con agitación, intentando ver hacia dónde se había ido Becky.

             Allí. Estaba caminando hacia la fila de stands más lejana. Sus zapatillas estaban afirmadas con cinta de embalar, y no eran iguales. Su cabello estaba en coletas, tal como solía arreglar el cabello de Emma antes de la escuela cada mañana. Emma sintió un pinchazo en el pecho. Becky lucía tan desamparada—e inocente. ¿Podría realmente ser capaz de asesinar?

             Emma empujó a un grupo de chicas universitarias frente a un stand de dulces veganos, casi pisando la funda de guitarra abierta de un guitarrista callejero con barba de varios días. - ¡Mamá! – gritó. Muchas mujeres la miraron pero se voltearon al notar que no era su hija gritando. - ¡Becky!

             Emma sabía que esta era su última oportunidad. Se liberó de la multitud, corriendo junto a un lujoso restaurant de pizza y una galería que vendía arte Hopi, casi chocando con Becky por atrás. Tomó el brazo de su mamá y la tironeó hacia atrás.

             - ¿Qué estás…? – La pregunta se terminó a medio camino. La mujer a quien Emma había detenido era sólo un par de años mayor que ella misma. Tenía un alfiler de gancho en la nariz y sombra de un profundo color morado en los párpados. Su polera hacia publicidad de una banda llamada los Vómitos, y de cerca Emma podía ver tatuajes a través de las quemadas de cigarro en la tela de esta.

             Soltó el brazo de la extraña.

             - lo siento, pensé que eras otra persona, - Emma murmuró.

             - Claramente, - dijo la mujer, su voz entrecortada y con hostilidad. – Métete las manos a los bolsillos.

             Emma se volteó aturdida y justo a tiempo para ver a Laurel corriendo para alcanzarla. La chica punk blasfemó entre dientes y se fue.

             - ¿Quién era esa? – Laurel preguntó cuando recuperó el aliento.

             - Era… pensé que era Rose McGowan. – Emma estaba atontada. – Quería pedirle un autógrafo.

             Laurel la miró boquiabierta incrédula. - ¿Por qué estaría Rose McGowan vagando los el mercado de los campesinos de Tucson en noviembre?

             - Bueno, obviamente no lo hacía, - dijo Emma cortantemente. Su garganta dolía y se sentía como si estuviera ahogándose—le tomó un momento para notar que estaba tragándose un sollozo. Le recibió su cartera a Laurel. – Vamos, mejor volvamos.

             Se dio media vuelta y caminó de vuelta hacia la plaza sin decir otra palabra. Laurel fue tras ella.

             - Creo que te estás volviendo loca, - Laurel murmuró.

             Emma estaba empezando a estar de acuerdo con ella. Metió su mano a su cartera y sintió el borde de la tarjeta llave  del hospital. Pesadilla o no, tenía que actuar. Si se quedaba sentada por más tiempo esperando a ver qué podría hacer Becky, terminaría volviéndose loca ella misma.

             Tenía que mantenerse cuerda. Su vida dependía de eso—y cualquier esperanza de justicia que yo tuviera también dependía de eso.
 

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