sábado, 19 de diciembre de 2015

Cross My Heart, Hope to Die - Capítulo 5 - Papi e hija comen sin pagar



La tarde del martes, la jefa del comedor del Club de Campo La Paloma fue rápidamente hacia el podio para recibir a Emma y a su abuelo. La Sra. Mercer y Laurel tenían una reunión de servicio comunitario madre e hija, así que solo eran Emma y el Sr. Mercer para la cena de esa noche.

               - Oh, Sr. Mercer ¡Su rodilla! – gritó la mujer.
               El Sr. Mercer estaba apoyado entre dos muletas, con la rodilla enterrada en el relleno y tirantes de una rodillera. Sonrió con arrepentimiento. – Deberías ver al otro tipo, - dijo, poniendo cara de dolor.
               La mujer se rio alegremente y les hizo un gesto para que la sigan hacia el comedor. Afortunadamente no estaba muy lleno, así que el Sr. Mercer podía moverse fácilmente entre las mesas. Un piano sonaba en el rincón, fundiéndose con las conversaciones y el sonar de la cuchillería. Unos cuantos hombres de traje estaban sentados en la barra, hablando de golf, mientras que mujeres en vestidos de diseñador y collares de perlas picoteaban coloridas saladas, el aderezo en potes junto a sus platos. Las grandes ventanas de techo a suelo en la pared de al fondo ofrecían una vista panorámica de las Montañas Catalina. Cuando pasaron un gran espejo bañado en oro Emma estudió sus reflejos de perfil. Ella había heredado la nariz recta del Sr. Mercer y la mandíbula. Sonrió a su propio reflejo y vio la sonrisa idéntica. Parecía tan obvio que eran familia, ahora que sabía en qué fijarse.
               - ¿Qué sucedió? – una mujer dijo desde una mesa cercana, mirando con preocupación las muletas del Sr. Mercer. Él sólo sonrió y pasó de largo, pero no antes de que Emma note que muchas de las mujeres del comedor estaban mirando apreciativamente al Sr. Mercer.
               Ew, ¿se lo estaban comiendo con la mirada? Claro, lucía bien en ese aspecto medio canoso, solemne y bello con ese abrigo deportivo café y zapatos de cuero italiano. Pero estaba aquí con su hija, por el amor de dios—bueno, realmente con su nieta. Además de estar con muletas.
               Emma ayudó al Sr. Mercer a subirse a una silla en una gran mesa redonda en el rincón. – Lo siento mucho de nuevo por tu rodilla, - murmuró.
               Él se encogió de hombros. – No es tu culpa.
               - Como que sí. Si no fuera por mí… - Emma se distrajo, aun molesta con Thayer y Ethan.
               Pero el Sr. Mercer hizo un hizo a un lado sus protestas. – No volvamos a hablar de eso, ¿está bien?
               Una mesera les pasó menús de cuero, y la boca de Emma comenzó a hacerse agua con solo leer sus opciones: ragout portobello en aceite de trufas, langosta hervida en mantequilla, filete de cerdo frotado con romero, pargo envuelto en nuez. Comer en restaurants buenos en vez de un Jack in the Box definitivamente estaba en la lista de Cosas Que No Apestan de Ser Sutton Mercer.
               Pero luego Emma pensó en la nota más reciente del asesino—DEBERIAS AGRADECERMELO—Y de repente ya no se sintió tan hambrienta. El costo de su nueva vida hacía difícil disfrutar los beneficios.
               Cuando la mesera volvió, pidieron sus órdenes: Fettuccini Alfredo para Emma, y un filet mignon, poco cocido, para el Sr. Mercer. Luego el Sr. Mercer buscó algo en su abrigo y sacó un sobre de manila. Miró sus manos un momento. – Encontré estas para ti, - dijo, poniéndolo sobre la mesa entre ellos dos.
               Emma lo abrió y encontró una pila de fotografías. La primera era una brillante foto de Becky cuando tenía como doce o trece. Estaba sentada en un caballo, con una gran sonrisa y brackets brillando en sus dientes. La próxima era una de Becky con un uniforme de Girl Scout, orgullosa apuntando su medalla al mérito en su banda. Becky con disfraz de gato para Halloween. Becky en una playa construyendo un complicado castillo de arena. Había muy pocas de Becky más grande, dieciséis o diecisiete años. Había perdido toda la grasa de bebé y poseía una esquelética y pálida belleza. Ya no le sonreía a la cámara. Emma se detuvo en una foto de su madre usando una enorme camisa cuadrillé de franela, de pie en el sendero de un cañón en California. La expresión en su cara era difícil de interpretar. Triste, quizás, o tal vez sólo distante.
               Una ola de dolor se le vino encima a Emma. ¿Qué le había pasado a esa chica sonriente a caballo? ¿Cómo se había convertido en la demacrada mujer que había visto en el Buick?
               También era difícil verlas para mí. Toda mi vida, me había preguntado quién era mi madre biológica. Lo cierto es que me había imaginado a alguien sensacional: Una periodista internacional que había sido llamada para cubrir una zona peligrosa de guerra que no era sitio para una niña, o una modelo trabajando en las pasarelas de Paris. Pero Becky era tan normal, simple. Dañada.
               - Hay más en el ático, si quisieras verlas, - ofreció el Sr. Mercer.
               - Me gustaría, - Emma dijo, volviendo a hojear las fotografías. Se detuvo en una foto de Becky en edad de pre-secundaria con el ceño fruncido de broma en una carpa, quizás en un viaje de acampada. – Es muy bonita.
               La Becky que ella había conocido había sido bella, con sus grandes ojos azules y piel blanca como la leche. Pero había algo frágil en ella, algo incómodo que mantenía a casi todos a distancia, como si hubiera una tristeza tangible agarrada de ella. Emma recordó haber estado en un parque de juegos una vez, cuando un hombro con un jersey de basquetbol trató de coquetear con su madre. Becky lo miró en silencio desde las profundidades de su largo y suelto cabello hasta que él se alejó nervioso.
               El Sr. Mercer asintió cuando la mesera puso los aperitivos. – Lo es. Luce mucho como su madre. Tú también, en todo caso.
               Emma podía verlo: Las tres generaciones de mujeres Mercer tenían los mismos ojos, los mismos pómulos. En una de las fotos, Becky estaba sentada junto a su madre al final de un muelle. La sonrisa de la Sra. Mercer lucía forzada, mientras que Becky simplemente miraba a la cámara. Lucia como de la edad de Emma.
               - ¿Cuándo fue la última vez que mamá vio a Becky? – preguntó, levantando su tenedor para sacar un trozo de lechuga de su ensalada.
               El Sr. Mercer remojó un bocado de calamar en salsa marinara, frunciendo el ceño. – No mucho después de que te dejó con nosotros, Sutton. – Suspiró. – Becky tenía un modo de herir a tu madre justo donde más le dolía.
               Emma tragó un crotón. - ¿No deberíamos decirle que Becky ha estado en la ciudad? Ha pasado mucho tiempo. Quizás las cosas han cambiado.
               El Sr. Mercer negó con la cabeza. – Sé que es difícil, pero tenemos que guardar el secreto. Las cosas no han sido fáciles para ninguno de nosotros, pero para tu madre ha sido especialmente difícil. Prométeme que no le dirás.
               - Lo prometo. – Emma dijo suavemente. Entró en duda, mordiéndose el labio, luego continuó. – Creo que vi a Becky el otro día. Pasó de largo, pero sé que era ella.
               A su sorpresa, él asintió. – Supongo que no me sorprende.
               - ¿no? ¿Significa que ha estado por aquí antes, espiando?
               La mesera se acercó justo en ese momento para preguntar si todo estaba bien. – Bien, - dijo el Sr. Mercer, sonrisa entrecortada. Cuando desapareció, se volteó de nuevo hacia Emma. – Ha vuelto a la ciudad algunas veces.
               - Sin duda me vio. – Emma sintió el dolor en la superficie de su piel, como una herida física. - ¿Por qué siguió conduciendo? ¿Por qué pretendió que yo no existía?
               El Sr. Mercer suspiró con pesar. – La vida de Becky nunca ha sido fácil.
               - Claro que sí. – Emma de repente se sintió enojada. Tomó la pila de fotos y comenzó a pasarlas. – Cabalgar. Lecciones de baile. Regalos en navidad. Vacaciones esquiando, vacaciones en la playa, vacaciones en Disneyland. Ella tuvo… - Emma tragó saliva. Casi dijo más de lo que yo he tenido. – Ella tuvo todo lo que cualquiera podría querer. No hagas excusas por ella.
               Se contuvo de subir su tono de voz, de resonar en todo el comedor, pero su voz temblaba peligrosamente. Se pellizcó el antebrazo bajo la mesa para mantener las lágrimas. Los ojos del Sr. Mercer lucían tristes tras sus lentes, y por un momento parecía más viejo y más cansado de lo que Emma jamás lo había visto.
               Él se estiró y tomó su mano. – Sutton, créeme, sé cómo te sientes. TU mamá y yo nunca hemos dejado de hablar de esto. Preguntándonos si pudimos haber hecho más por ella, preguntándonos si parte de su… de su comportamiento es nuestra culpa. Pero algunas personas simplemente la pasan mal en este mundo, sin importar cuántas ventajas tengan, sin importar cuánto se les quiera. Algún día lo entenderás. No todos son tan fuertes como tú.
               Emma retiró su mano. – Estás hablando como si estuviera dañada. Como si ella fuera alguna especie de loca.
               Nuevamente él entró en duda. Luego volvió a su aperitivo y sacó otro bocado de calamar con su tenedor. – No es una loca. No deberías hablar así de nadie—especialmente no de Becky. Pero, cariño, tiene muchos problemas. Dificultades socializando o viviendo con otras personas. Es uno de los motivos por los que se ha mudado tan seguido, uno de los motivos por los que anda sola. Puede ser impredecible cuando no toma sus medicamentos.
               La sangre de Emma se calmó. ¿Becky tomaba medicamentos? ¿Desde cuándo? - ¿Impredecible cómo? – preguntó.
               El Sr. Mercer se acomodó. – Bueno, a veces se ponía desanimada por días. Ocultándose en su cuarto, llorando sin motivo. A veces era destructiva. Rompía cosas enojada. Hizo un agujero en la pared, sólo porque se le pidió limpiar la mesa.
               - Oh, - Emma dijo tranquilamente. Pensó en los hábitos de su madre, cosas que siempre había considerado extrañas o irresponsables más que peligrosas. Como cuando pasó una semana entera usando la parte de debajo de un pijama. O como cuando robó llenándose el bolsillo de dulces en la tienda de la esquina, o alegremente prendía en llamas con un fósforo sus cuentas sin abrir.
               El Sr. Mercer aclaró su garganta, incómodo. – Pero a pesar de todo eso, Becky también puede ser creativa y cálida y maravillosa. Ella te ama a su propia manera—sé que lo hace. Por eso es que te dejó con nosotros, porque ella sabía que nosotros te cuidaríamos mejor que ella. Ella quería hablar contigo esa noche en el cañón, pero no estaba lista. Quizás te está observando ahora porque está tratando de reunir el coraje para finalmente verte.
               Yo no estaba tan segura de eso. Becky no lucía tímida o nerviosa exactamente, más bien atrapada. O molesta, quizás, de que Emma estuviera corriendo tras ella.
               Emma estaba pensando lo mismo. Y no podía dejar de pensar en lo que Ethan dijo en el estudio, sobre que Becky podría haber tenido un papel en la desaparición de Sutton. Más recuerdos comenzaron a aparecer como si hubiesen sido liberados de una represa, todos aquellos que Emma no disfrutaba recordar. Como la noche en que Becky pilló a su novio Joe siendo infiel. Él era un tipo apacible con barba que veía los dibujos animados de la mañana del sábado junto a  Emma antes de que Becky se levantara. Becky había interceptado una llamada en su teléfono de alguien llamado “Arcoíris” y se volvió loca. Sus ojos daban vueltas como loca mientras se paseaba por el apartamento y le gritaba a Joe. Emma se escondió bajo la cama cuando Becky levantó una silla plegable para apalear a su novio por la cabeza. Emma aun podía recordar el terrible sonido del impacto. Ella se había acurrucado, abrazando su Socktopus como si su vida dependiera de ello, y rezando para que todo acabe pronto.
               Tembló. Quería poder descartar las sospechas de Ethan, pero quizás ella no sabía realmente de qué era capaz su madre.
               La mesera volvió a aparecer, esta vez con sus entradas. Justo mientras Emma enrollaba un poco de pasta, el teléfono del Sr. Mercer sonó en su bolsillo. Miró la pantalla y frunció el ceño. – Lo siento querida, tengo que contestar.
               Incluso sobre el ajetreo y la bulla del ocupado comedor, Emma pudo escuchar la tajante y  tranquila voz del otro lado del teléfono. – Doctor Mercer, soy del Hospital de la Universidad de Arizona. Tenemos a su hija. Tenemos a Rebecca. Hubo un incidente. ¿Podría venir de inmediato?
               Casi antes de que la mujer terminara su frase, el Sr. Mercer estaba tomando sus cosas. Emma botó su silla al levantarse para ayudarlo. Un único pensamiento daba vueltas en su mente una y otra vez. Algo le pasó a Becky.
               Volé tras ellos mientras se apresuraban en salir del club, acercando mis oídos para oír qué más decía la enfermera y preparándome para lo que sea que encontrarían en esa cama del hospital a tan solo unas millas de distancia.

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