miércoles, 23 de diciembre de 2015

Cross My Heart, Hope to Die - Capítulo 6 - El Cuarto Piso


               El Sr. Mercer encontró un sitio para estacionarse cerca de la entrada del Centro Médico y Hospital de la Universidad de Arizona, y corrieron hacia el recibidor de la sala de emergencias. Una ráfaga de aire acondicionado los recibió. – Estamos aquí por Rebecca Mercer, por favor, - dijo el Sr. Mercer a la mujer en el mesón de triaje.

 
               Emma miró a su alrededor, arrugando la nariz al olor antiséptico de hospital. Solo una semana atrás, había venido para investigar la participación de su abuelo en la desaparición de Sutton, metiéndose en su oficina en el ala de ortopedia y revisando su escritorio — así era como había ubicado a Becky en primer lugar.
               El recibidor de la sala de emergencias estaba lleno de sillas plásticas naranja, deterioradas mesas de café, y revistas antiguas. Un joven hombre estaba sentado con una toalla ensangrentada alrededor de un dedo, una mujer que debía ser su madre hablaba rápidamente en español a su lado.  Un hombre con varios niños pequeños estaba sentado bajo un poster que mostraba cómo estornudar en tu codo para prevenir el esparcimiento de los gérmenes. Había una televisión atornillada al techo y estaba sintonizada en un canal de películas clásicas— Emma reconoció a Jimmy Stewart y a Kim Novak de Vertigo, el cual ella había visto en una clase años atrás en Henderson.
               Algo le pasó a Becky. Ella y su abuelo no habían dicho una palabra de camino al lugar, ambos muy asustados de qué podría recibirlos cuando llegaran aquí, pero la imaginación de Emma había pasado por mil escenarios terribles. Se imaginó las piernas de Becky destrozadas bajo las ruedas de un auto, a Becky enferma con una extraña enfermedad que nadie pueda curar, que le falten extremidades a Becky o que esté conectada a máquinas de soporte vital. Veinte minutos atrás había estado enojada y frustrada con su madre, pero ahora se odiaba a si misma por siquiera pensarlo. ¿Y si la iba  a perder de verdad?
               A pesar de que Becky aún me hacía sentir incómoda, yo estaba preocupada por lo mismo.
               La mujer en el triaje le dijo algo al Sr. Mercer en voz baja que Emma no pudo oír. Él asintió, luego caminó a través del recibidor hacia un ascensor de bronce. Con un ping las puertas se abrieron y entró. Emma lo siguió. - ¿A dónde vamos? Pensé que estaba en la sala de emergencias.
               El Sr. Mercer no contestó. Ella podía ver sus reflejos borrosos en las puertas de metal, pero a diferencia del espejo en el restaurant, aquí lucían torcidos y tenebrosos. Una versión Muzak de Bad Romance sonaba por los parlantes. El elevador subía una pulgada a la vez.
               - ¿La ingresaron ya? – Emma preguntó de nuevo. - ¿Es algo serio?
               El Sr. Mercer sólo apretó los labios. Luego el ascensor sonó y las puertas se abrieron. Letras doradas escribían el nombre del área en una pared verde frente a ellos: SERVICIOS PSIQUIATRICOS Y DE SALUD MENTAL.
               Emma tomó el brazo de su abuelo y lo forzó a mirarla. - ¿Qué estamos haciendo aquí? Tienes que hablarme.
               El Sr. Mercer abrazó sus muletas bajo sus brazos. – No sé mucho más que tú, cariño. La enfermera en el teléfono dijo que estaba mal. Becky tuvo alguna especie de… episodio.
               - ¿Especie de episodio? – La voz de Emma chilló en el tranquilo pasillo. - ¿Qué significa eso?
               Su abuelo abrió su boca para responder, pero antes de poder hacerlo, una enfermera con un tieso y abultado peinado apareció para recibirlos. Miró su portapapeles. - ¿Dr. Mercer? – preguntó, con voz enérgica y eficiente.
               El Sr. Mercer dio un paso adelante. – Sí. ¿Cómo está ella?
               - Sígame.
               Sin palabras, siguieron a la enfermera a través de la sala de espera y pasando un un amplio pasillo verde. Los zuecos con cuero de goma de la enfermera no sonaban contra el linóleo, pero los tacones de Emma sonaban ruidosamente. Por lo demás, el ala estaba en silencio. EN vez de gráficos médicos con  posters para prevenir los gérmenes en las paredes, había tranquilizantes paisajes en color pastel y el tipo de posters motivacionales que verías en un salón de pre secundaria. Incluso, uno de ellos era ese gato atigrado colgando de la rama de un árbol con las palabras AGUANTA ALLÍ.
               Tuve una sensación extraña, como un profundo y vibrante zumbido. Mientras más entrabamos en esta ala, más fuerte se sentía. – Sé cuidadosa, - le susurré a mi gemela, deseando que pudiera oírme. – Algo no está bien.
               Pasaron una estación de enfermeras, y Emma miró desinteresada el boletín de anuncios que decía VOLUNTARIO DEL MES en letras brillantes. Pero cuando vio la foto de la chica colgando bajo las letras, se detuvo de golpe. Era Nisha Banerjee, sonriendo casi tímida con su uniforme de enfermera. Emma ladeó su cabeza. ¿Nisha hacía de voluntaria aquí? Emma recordó que el papá de Nisha trabajaba en psiquiatría, pero un periodo en el ala psiquiátrica parecía una extraña actividad para después de clases.
               No me hubieras encontrado haciendo de voluntaria aquí ni en un millón de años, ni siquiera si me garantizaba admisión en la universidad que yo quiera.
               Cuando Emma levantó la mirada, la enfermera estaba escoltando al Sr. Mercer a la vuelta de una esquina. Todas las puertas del lugar tenían una ventana en la parte de arriba, para que los pacientes puedan ser observados cuando la puerta estaba cerrada. Tenía mucho miedo como para mirar adentro, pero podía oír a un hombre cantando suavemente en un idioma que no reconocía. Tras otra puerta, una mujer balbuceaba algo como “Tienes que encontrarlos en tu cabello, allí es donde se esconden… te espían, así que tienes que sacarlos desde la raíz”
               Emma se apresuró para alcanzar a su papá y a la enfermera. – Pareciera ser una crisis psicótica, - estaba murmurando la enfermera cuando Emma los alcanzó. Se detuvieron afuera de una puerta cerrada que lucía tal como las otras. Una impresión barata de los pajares de Monet decoraba la pared. Había una mancha de algo rojo— ¿Sangre? — en el piso de linóleo.
               El zumbido se sentía más fuerte ahora. El dolor de todos en este piso—su ansiedad, miedo, y sufrimiento—vibraban a través de mí. Cada emoción tenía su propio tono, como si una docena de diapasones fueran tocados simultáneamente. Pero un sentimiento unía a todos los pacientes en este piso: Estaban atrapados, prisioneros en estas habitaciones y en sus propias mentes imperfectas. Entendía cómo se sentían, más de lo que fuera a admitir.
               La enfermera puso su mano en la manilla. - ¿Te gustaría verla?
               - Sí, - dijo Emma con valentía, dando un paso al frente.
               Los ojos del Sr. Mercer se volvieron a fijar, como si hubiera estado mirando otro lugar muy lejano y recién ahora se diera cuenta de que Emma estaba allí. Puso su mano sobre su frente y tomó aire. – No sé en qué estaba pensando. Debí haberte dejado abajo en la sala de espera. Así no es como quiero que conozcas a tu mamá.
               Emma se cruzó de brazos. – No. Me voy a quedar.
               El Sr. Mercer lucía como si quisiera decir algo más, pero luego asintió. – Está bien. – le dijo a la enfermera.
               Ella abrió la puerta.
               Una mujer con una bata de hospital se movía de adelante hacia atrás en una cama en la habitación como si su piel estuviera llena de arañas. Su cabello negro era un gran enredo alrededor de su cabeza. Su cara lucía hueca, y demasiado delgada, y su piel tenía un tono ceniza poco saludable. Tenía un brazalete plástico de hospital en la muñeca. Emma alcanzaba apenas a ver el nombre escrito con tinta negra—Rebecca Mercer.
               Pero esta no podía ser Becky. No lucía para nada como ella. Ni siquiera lucia como la mujer que había visto en el auto algunos días atrás. Esta mujer estaba perturbada, una desconocida. Los ojos de Emma se llenaron de lágrimas. Puso su mano sobre su boca, tragándose un sollozo.
               La cabeza de la mujer se volteó, su mirada se fijó en Emma, y de un momento a otro se quedó quieta.
               - Hola, Emma, - dijo.
               Emma quedó boquiabierta. Dio un paso tambaleante hacia atrás, Sentía el latido de su sangre en sus oídos.
               La habitación comenzó a dar vueltas a mí alrededor también. Usualmente era un sonido o imagen lo que gatillaba uno de mis recuerdos, un flash de luz o el sonido del silbato de un tren me mandaban de vuelta a los últimos días de mi vida. Sin embargo, esta vez la misma trémula vibración que había sentido desde que entré en este ala se hizo más y más fuerte, hasta que se convirtió en un rápido y violento dolor en mis orejas. Sabía ahora de qué era ese sonido—era el sonido de la locura, y la de mi madre era la más fuerte. Me atacó como una manada de murciélagos, echándome abajo y empujándome hasta que todo lo que vi fue la oscuridad de mi pasado.

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