sábado, 16 de abril de 2016

Seven Minutes in Heaven - Capítulo 8 - El juego ha comenzado



Los pulmones de Emma se paralizaron como si le hubieran succionado el aire, su respiración se congeló dolorosamente en su pecho. - ¿Mi…. Mi hermana?
            Al otro lado de la mesa, la Sra. Mercer reprimía un sollozo, y Laurel puso un brazo de consuelo sobre sus hombros. Emma se volteó para mirar al Sr. Mercer, notando por primera vez el barro en los codos de su bata de laboratorio, la rama atrapada en los cordones de sus zapatos.
            - Lo siento mucho, Sutton, - murmuró. – Sí. Era Emma. Yo identifiqué el cuerpo.
            El cuerpo. Alguien finalmente había encontrado mi cuerpo. Después de tanto tiempo, casi no se sentía real.
            La respiración de Emma seguía deteniéndose en su garganta, de modo que se sentía a un solo paso de distancia de hiperventilarse. El mundo se enfocaba y desenfocaba a su alrededor. Claro, ella todo el tiempo había sabido que Sutton estaba muerta… pero de alguna forma, oír esto lo hacía sentir más real.
            - Eso sí, - el Sr. Mercer continuó, con sus ojos espantados. – No había mucho que identificar. Su cuerpo no estaba… No estaba en buena forma. Pero encontraron su licencia de conducción en su bolso. – Su voz tiritaba. – La foto. Dios, Sutton, yo—lucía tal como tú.
            El estómago de Emma se torció violentamente. ¿Su licencia de conducción? ¿La licencia de conducción de Emma? Su billetera, junto con su bolso, habían sido robados en su primera noche en Tucson. Si la policía los había encontrado con el cuerpo, eso significaba dos cosas: una, que el asesino había sido el que le robó las cosas—lo cual ya había sospechado pero no había podido confirmar.
            Y dos, el asesino había vuelto a la escena del crimen para plantar evidencia.
            - Garrett había vuelto, - corregí a mi hermana silenciosamente. Aun podía sentir esa mano en mi hombro, esa voz en mi oído, como si el tiempo no corriera desde esa noche en el cañón. Garrett. Parecía tan obvio ahora. Había estado tan celoso. Había sido tan violento. ¿Por qué me había quedado con él, sabiendo todo eso? ¿Cómo pude haber sido tan estúpida?
            - Al comienzo, la policía pensó que eras tú. Pensaron que era alguna clase de identificación falsa, - dijo suavemente la Sra. Mercer. Su cárdigan estaba mal abotonado, y sus manos seguían yendo nerviosamente hacia su boca, como si quisiera detener las palabras para que no salgan de su boca. – Pero claro, tú no estás perdida, y ese cuerpo había estado en el cañón por… algunos meses, al menos. Nos llamaron, y explicamos lo de Becky y que nosotros mismos acabábamos de enterarnos sobre Emma.
            Emma puso sus manos sobre su cara. Su corazón latía tan fuerte en sus oídos que, por un momento, no pudo oír nada más. Intentaba no pensar en el cuerpo de Sutton—una chica que lucía tal como ella, pero… bueno, descompuesta. Pero ahora que sabía que era real, la imagen era difícil de borrar. - ¿Quién la encontró? – susurró entre sus manos.
            - Un chico, - dijo el Sr. Mercer. – Alguien de primer año de la universidad. Estaba paseando lejos de los senderos principales y la encontró al fondo de un barranco. Estaba cubierta de hojas, así que nadie podía verla desde el sendero. Pero él la vio… su pie estaba a la vista.
            Hice un esfuerzo en mi mente, intentando conectarme con lo que habían encontrado en el cañón. A pesar de que Emma no quería imaginarse el cuerpo, yo no podía evitarlo. ¿Yo era un esqueleto ahora? ¿Con los agujeros de mis ojos vacíos, mirando hacia el cielo? Sentí una extraña clase de desconexión. A pesar de que había vivido en él por dieciocho años, ese cuerpo no era yo. Ya no.
            Emma se quitó las manos de la cara. Tomó aire profundamente, y finalmente sus pulmones se llenaron por completo. El mundo de repente parecía tener un brillo surreal, como si el cielo y los árboles y las montañas estuvieran sobresaturados de color. Laurel estaba sentada mirándola, con la boca pequeña. Los ojos de la Sra. Mercer estaban húmedos de compasión. A su lado, el Sr. Mercer le puso una mano en la espalda y la acarició gentilmente.
            Nadie parecía tener ninguna sospecha aún, de que el cuerpo no era el de Emma. Al menos estaba eso.
            - ¿Cómo murió? – La voz de Emma era apenas un susurro.
            El Sr. Mercer dudó, intercambiando miradas con su esposa. Algo ilegible pasó por su cara y luego desapareció.
            - No estarán seguros hasta después de una autopsia, - dijo. – Parece que se cayó del barranco. Muchos de sus cuerpos estaban rotos.
            Claro. El asesino había hecho que la muerte de Sutton luzca como un accidente, o posiblemente un suicidio—tal como la de Nisha. Desde cualquier punto de vista, Sutton Mercer—o ahora, Emma Paxton—simplemente se había tropezado hacia su muerte.
            ¿Alguna vez encontrarían pruebas de que fui asesinada? Intenté volver al recuerdo, a la mano de Garrett en mi hombro, esperando poder gatillar el final. Quería poder saber cómo lo había hecho. Pero era como intentar volver a dormir para continuar un sueño que fue interrumpido. No pude hacerlo.
            - No me respondían ninguna de mis preguntas cuando identifiqué el cuerpo, - continuó el Sr. Mercer. – Dijeron que la investigación estaba “en proceso”, sea lo que sea que signifique. Así que tendremos que esperar el reporte del examinador médico para saberlo. – Se pasó la mano violentamente sobre los ojos, como si estuviera intentando borrar el recuerdo de lo que había visto. – Cuando la vi al comienzo, estaba seguro de que eras tú. A pesar de que mi cerebro me decía que no podía ser, que estaba muerta desde hace mucho, y yo te acababa de ver esta mañana. Estaba absolutamente seguro de que eras tú. Estaba usando un polerón rosado que podría haber jurado que te había visto usar antes. Nunca había tenido tanto miedo. – La abrazó con fuerza. – Pero tú estás bien. Gracias a dios que estás bien.
            Los hombros de la Sra. Mercer temblaron cuando comenzó a llorar otra vez. Laurel tomó su cartera y buscó algo al interior, sacando un paquete pequeño de Kleenex que le pasó a su madre. Emma sintió sus propios labios temblando al ver a su abuela tan desconsolada. Se llevó la mano a la boca para evitar sollozar.
            - Simplemente no sé qué sentir, - dijo la Sra. Mercer. – Estoy tan aliviada de que no sea nuestra bebé. Estoy muy agradecida de eso. Pero Emma… Emma era nuestra también. Sé que nunca la conocimos. Pero ahora nunca lo haremos.
            Ver a la Sra. Mercer y a Laurel llorando juntas fue la gota que rebasó el vaso. No podía seguir haciéndolo. No era justo. Los Mercer tenían derecho a saber que era su bebé el del cañón. Tenían derecho a estar de luto por Sutton.
            - Tengo que decirles algo, - dijo, su voz sonaba desafinada y distante en sus orejas.
            - ¡No! – grité, intentando de alguna forma llamar la atención de Emma, hacerla oír mi voz al menos una vez. Apreciaba sus razones, pero no iba a lograr nada si confesaba ahora. ¿Cómo planeaba resolver mi asesinato tras las rejas?
            - Yo— - Emma miraba hacia el estacionamiento mientras hablaba, sin poder mirarlos a los ojos. El sol se reflejaba en los parabrisas de los autos. Desde donde estaba sentada, podía ver el Volvo vintage de Sutton, el cual su hermana había restaurado con ayuda del Sr. Mercer.
            - ¿Qué pasa cariño? – La Sra. Mercer preguntó gentilmente. Pero Emma no respondió. Acababa de ver algo.
            Había una nota metida bajo el limpiaparabrisas del Volvo.
            Una fría tranquilidad bajó por el cuerpo de Emma. Se levantó, moviéndose robóticamente. Su mente estuvo tenebrosamente silenciosa mientras caminó hacia el auto y cuidadosamente levantó el limpiaparabrisas para tomar el trozo de papel. Lo sostuvo en su mano un momento, sintiendo las miradas de los Mercer sobre ella. Sin mirarla, sabía de dónde había venido, pero si no lo abría, si no veía la familiar letra cuadrada, aún podría hacerse creer a sí misma que la nota podría ser cualquier cosa. De cualquier persona. Un ticket de estacionamiento, un volante para una fiesta, una carta de amor. Lo que sea pero no lo que realmente era.
            Pero tenía que abrirla. Porque la persona que la había dejado probablemente seguía mirando.
            Desdobló el papel. Era el mismo tipo de hoja de cuaderno con líneas que las otras notas que había recibido. La escritura era rígida. Las letras escritas con tanta fuerza en el papel que casi lo rompían en algunas partes.
            Sutton no hizo lo que le dije, y ella pagó por eso. No cometas el mismo error. Sigue actuando, o Nisha no será la única persona por quien te preocupes que muera por tu culpa.
            Su mirada subió disparada. Miró frenéticamente arriba y abajo a las hileras de autos, intentando ver quién la podría haber dejado. ¿Por cuánto tiempo había estado allí? ¿Cómo supo el asesino tan rápidamente que el cuerpo había sido encontrado? El estacionamiento brillaba serenamente a su alrededor. A varias hileras de distancia, dos chicas con gafas de sol de aviador se bajaron de un Miata plateado, una de ellas bebiendo un frappuccino. Luego Emma miró hacia la escuela, y su sangre se congeló.
            Un chico estaba sentado mirando por la ventana, con un cuaderno abierto en el escritorio frente a él. Sus labios formaban una fea risa burlona, una mirada de malicia encantada iluminaba sus ojos. La miraba hambrientamente, casi ansiosamente, como si no pudiera esperar para ver qué hacía a continuación.
            Era Garrett.
            Emma se negó a alejar su mirada. La adrenalina corría por su cuerpo, y mantuvo la mirada con Garrett, determinada a no revelar lo aterrorizada que estaba.
            - ¿Sutton?
            De vuelta en el pasto, el Sr. Mercer había dado unos pasos inciertos hacia ella. La Sra. Mercer y Laurel la observaban con los ojos bien abiertos desde la mesa de picnic. Emma se dejó caer contra el costado del auto.
            - ¿Qué es eso? ¿Estás bien? – Laurel preguntó, frunciendo el ceño. – Luces como si hubieras visto un fantasma.
            Si tan solo fuera así, pensé en tono grave.
            - Volante. Para un lavado de autos, - murmuró Emma, sacudiendo su cabeza. – Lo siento. Yo…. Supongo que estoy impactada. – Volvió a mirar a Garrett. Había vuelto a mirar su cuaderno y estaba escribiendo algo atacadamente. Luego, sin mirarla, levantó el cuaderno para que pueda leer lo que había puesto.
            Perra.
            Hojas de líneas, letras cuadradas. Escritas con una intensidad salvaje. Sus rodillas empezaron a temblar. Aun mirando derecho hacia adelante, Garrett volvió a bajar el cuaderno. No la volvió a mirar—pero no tuvo que hacerlo. Ella sabía que él ya había visto todo lo que necesitaba ver.
            - Vamos a llevarlas a casa, - dijo el Sr. Mercer, llevándolas a su SUV. Al partir de la escuela, Emma se arriesgó a volver a mirar esa ventana, pero el reflejo del sol de la tarde ocultaba a Garrett.
            No importaba. Podía imaginarlo tan claramente como si él hubiese estado frente a mí. Garrett—dulce y afectuoso Garrett, mi sobre-entusiasta novio—tenía otro lado. Un lado enojado. Un lado temperamental. Y esa noche en el cañón, un lado violento.

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