viernes, 15 de abril de 2016

Seven Minutes in Heaven - Capítulo 6 - El secreto del cañón


            El zumbido de las ruedas de alfarería generaba un apaciguador sonido de fondo mientras Emma estaba sentada en el estudio de cerámicas la mañana del miércoles,  luchando para unir un asa a un jarro asimétrico. Metió sus dedos en el balde de barbotina que había traído del contenedor del final de la sala y untó un poco cuidadosamente en su proyecto. Madeline arrugó su nariz con disgusto.

            - Te cayó un poco de esa cosa a tus jeans, - dijo, apuntando a una mancha en el muslo de Emma.

            - Ugh. Espero que salga con el lavado, - Emma gruñó, aunque ahora mismo tenía problemas más grandes que limpiar los J Brands de Sutton.

            - ¿Y dónde está Laurel? – preguntó Madeline, mirando a su alrededor.

            - Supongo que decidió faltar. – Emma se encogió de hombros. No era algo propio de Laurel el faltar a clases sin las otras chicas del Juego de las Mentiras, pero muchas cosas extrañas habían ocurrido últimamente.

            - Desearía haber ido con ella. – Mads suspiró cuando su tazón colapsó otra vez. – No puedo aguantar mucho más de esto.

            Charlotte bajó su bowl, estirándose para poner su mano en la espalda de Madeline.

            - Aquí tengo algo para motivarte. – Charlotte dijo, sonriendo. – Mi mamá decidió que iremos a Barbados para navidad. Y por supuesto que papá está de acuerdo. Se ha estado portando excelente desde que mamá encontró un mensaje travieso en su teléfono. Como sea, me negué a ir a menos que pudiera llevar amigas. Así que empaquen, perras, porque iremos a la tierra del ron y de Rihanna.

            Madeline quedó boquiabierta. - ¿Estás bromeando?

            - ¿Alguna vez bromeo sobre vacacionar? – Charlotte guiñó el ojo. – En pocas semanas estaremos descansando en la playa, bebiendo de unos cocos, y mirando chicos en tablas de surf.

            - Oh dios mío. – Madeline chilló de forma rara, sus ojos brillaban. - ¡Vaya que voy!

            Charlotte miró a Emma, expectante. - ¿Sutton? ¿Qué hay de ti?

            Emma apenas podía procesar la invitación de Charlotte. La única “playa” a la que había ido alguna vez era una falsa en un parque acuático en las afueras de Vegas, con niños gritando y un río flojo que probablemente estaba lleno de pis. Imágenes de playas de arena blanca y agua azul brillante inmediatamente dieron vueltas por su mente. Pero luego lo dudó. – Tendré que preguntarles a mamá y papá, - dijo.

            Eso era suficiente confirmación para Charlotte. – Oh, los vas a convencer. Siempre lo haces. – Se rio emocionada, empezando a describir la casa privada que sus padres habían rentado, los bares de la playa que servían piña colada cada tarde, y las celebridades que irían de incógnito. – Rob Pattinson ciertamente, él siempre está allí, - Char decía, pero Emma no estaba escuchando realmente.

            La verdad era que estaba emocionada por celebrar las festividades con los Mercer. Nunca había tenido una verdadera navidad antes. Algunas de sus familias temporales habían intentado celebrar las fiestas, pero nunca hicieron sentir a Emma realmente bienvenida o incluida. Usualmente había regalos impersonales de alguna venta de caridad—tres años seguidos recibió sets de escritorio de parte de donantes con buenas intenciones—y quizás una cena de pavo seco.

            Emma estaba segura de que la navidad con los Mercer sería distinta. No le importaban los regalos, pero no podía esperar a ver el living brillando con oropel, fragante con el aroma de un árbol. Se imaginó a Laurel tocando villancicos en el piano miniatura; el Sr. Mercer cantando, completamente desafinado; la Sra. Mercer usando un sweater navideño feo y un gorro de santa mientras cocinaba galletas de azúcar. Colgarían calcetines y adornos y beberían rompope junto a la chimenea— a pesar de que probablemente no iba a bajar de los 10 grados Celsius en Arizona. Sabía que era sentimental, pero no le importaba. Nunca había tenido una navidad sentimental de la que estar cansada.

            Además, Ethan estaba aquí, no en Barbados. Y siempre había querido arrinconar a un chico bajo un muérdago.

            En ese momento la puerta del estudio de cerámica se abrió, golpeándose contra el librero tras esta. El bowl de Charlotte se resbaló de sus manos y se hizo pedazos en el piso. La asistente de la mesa de directivos de la escuela, una mujer amorosa llamada Peggy, estaba parada en la puerta. Su pelo gris que normalmente estaba ordenado, estaba soltándose de su moño. Miró desesperada alrededor de la sala hasta que avistó a la Sra. Gilliam, luego caminó rápidamente a través del salón para susurrarle algo al oído. Los ojos de lechuza de la Sra. Gilliam se dirigieron a Emma.

            - Sutton, te necesitan en la oficina. – La Sra. Gilliam estaba claramente intentando estar calmada, pero estaba pálida. Sus pulseras tintinearon descoordinadas al apuntar en dirección de Emma. – Yo limpio tu estación; no te preocupes. Sólo ve.

            El corazón de Emma se hundió con miedo. - ¿Qué ocurre? – pudo preguntar a través de su garganta atragantada.

            Peggy habló esta vez, su voz nasal era un susurró. – Tus padres están aquí para verte. Algo ha ocurrido.

            Laurel, Emma y yo pensamos al mismo tiempo. Algo le pasó a Laurel. Eso explicaba por qué no estaba en clases.

            Emma estuvo de pie sin darse cuenta, apresurándose a través de la puerta y hacia el pasillo. – Camine, no corra, Srta. Mercer, - gritó Peggy tras ella, pero Emma iba a toda prisa, pasando los posters de ¡DILE NO A LAS DROGAS! y de ¡ORGULLO DE GATOS SILVESTRES!, sus zapatos se deslizaron peligrosamente en el linóleo arañado. Dobló en una esquina y chocó con la cadera un tarro de reciclaje, mandándolo a rodar por el piso, pero no se detuvo.

            Justo cuando estaba a punto de llegar a la oficina de directivos, chocó intensamente con alguien—alguien que olía familiar, como a pasto recién cortado, chicle de menta, y hospital. Era el Sr. Mercer.

            - Gracias a dios, - murmuró, sus ojos miraron sus facciones como si estuviese revisando cada una de ellas. La acercó y le dio un fuerte abrazo. – Estás bien.

            Aún estaba usando su bata de laboratorio e ID de hospital; obviamente se había venido directo del trabajo. Por un momento, Emma sólo se quedó parada, rígida entre sus brazos, su corazón aun acelerado. ¿Cómo habría atacado esta vez el asesino? ¿La muerte de Laurel lucía como un suicidio, como la de Nisha?

            Luego una voz temblorosa habló desde detrás del Sr. Mercer. – Sutton, ¿Qué ocurre?

            Emma se separó para mirar por sobre su hombro. Tras él, la Sra. Mercer estaba de pie, con los ojos hinchados con lágrimas. Y junto a ella estaba Laurel.

            - Oh dios mío, - Emma exclamó, volando hacia Laurel y abrazándola.

            Por una vez estuve agradecida de la tendencia de Emma de mostrar más emoción de la que yo mostraría. Tenía que abrazar a Laurel por nosotras dos.

            - Um, ¿qué bueno verte también? – Laurel intentó bromear, aunque claramente estaba alterada. Dio un paso atrás y torció nerviosamente un mechón de cabello en su dedo.

            Una única lágrima bajó por la mejilla de Emma. – Pensé que… estaba preocupada de que tú… tú no estabas en clases…. – miró al Sr. Mercer frunciendo el ceño. - ¿Qué ocurre, papá?

            - Salgamos, - dijo suavemente, llevando a Emma por el codo y guiándola hacia la puerta. Laurel y la Sra. Mercer fueron detrás.

            Salieron junto al estacionamiento de estudiantes. Una pequeña línea de pasto se extendía entre el edificio y la acera, había una mesa de picnic malgastada, llena de grafitis de años pasados, encadenada a un letrero de estacionamiento para discapacitados. A unos pies de distancia, el amado Volvo de Sutton brillaba a la luz del sol. El Sr. Mercer  guio a todos gentilmente hacia la mesa, haciendo un gesto para que se sienten.

            El abismo de temor en el pecho de Emma se hizo más grande cuando su abuelo se sentó lentamente junto a ella. Inhaló profundamente, y luego, finalmente, la miró a los ojos. Lo que vio ahí, detuvo su respiración irregular en su garganta. Supo qué era lo que iba a decir un segundo antes de oírlo.

            - La policía encontró un cuerpo en el Cañón Sabino, - dijo. – Creen que es tu hermana.

            Las manos de Emma se afirmaron de sus muslos. Una sensación de pánico creció en su pecho, con más y más agitación, hasta que ya no pudo aguantarla. Abrió su boca y dejó salir un angustiado sollozo.

            La soleada tarde se fragmentó en miles de pedazos, como un espejo rompiéndose ante mis ojos. Mis padres y mis hermanas desaparecieron de mi vista. Y así tal cual, estuve de vuelta en el cañón, en la última noche de mi vida.

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