miércoles, 25 de mayo de 2016

Seven Minutes in Heaven - Capítulo 37 - Adiós



            La tarde siguiente, Emma estaba parada frente al espejo en el baño compartido de Sutton y Laurel con un tubo de brillo labial en una mano, mirando sus propios ojos azul marino. Era surreal, verse al espejo y verse a sí misma. Había sido otra persona por tanto tiempo. Y después de todo por lo que había pasado, ya no estaba muy segura de quién era su yo real.
            Más temprano ese día habían ido todos al mercado para escoger un árbol navideño juntos. Ahora podía oír a la Sra. Mercer y a la abuela Mercer en el living en el primer piso, moviendo los muebles para hacer espacio para las decoraciones. Arriba, crujían los pasos del Sr. Mercer y Laurel en el ático mientras buscaban cajas de adornos. Todo el día una agradable tranquilidad había permeado la casa—no un silencio incómodo, sino que uno pacífico. Era la tranquilidad de las heridas comenzando a sanarse, de la profunda tristeza que necesitaba espacio para respirar.
            Los ojos de Emma vieron la postal que había puesto en la esquina del espejo, junto a todas las fotos de los amigos de Sutton y las entradas de concierto y los recortes de revistas de moda que su gemela había colgado allí. La postal tenía una foto del Alamo al atardecer, y decía SALUDOS DESDE SAN ANTONIO en letra cuadrada. En la parte de atrás, una mano temblorosa y sucia había escrito solamente estoy bien—B. Había llegado el día anterior, dirigida al Sr. Mercer. Él la había dejado junto al plato de Emma en la mesa de desayuno.
            Becky aún no sabía la verdad—que Sutton estaba muerta, que Emma ahora estaba aquí en Tucson con los Mercer. Pero era un alivio saber que Becky estaba a salvo. A Emma le gustaba imaginarse distintas versiones de una nueva vida para su madre. Se imaginaba a Becky fuerte y saludable, recuperando el peso en su esquelética figura para que la apariencia severa y encantada se desvanezca de su cara. Se la imaginaba pintando casas de colores brillantes, o vendiendo fruta en un stand en el costado de la calle, o aprendiendo a guiar un esquife por un río  con un mentor paciente y amable. Más que nada, quería creer que Becky podría cambiar. Quería creer que todos podían hacerlo, si querían.
            Sus ojos volvieron a su propio reflejo al levantar el brillo labial hacia su boca. Pero lo que vio en el espejo la hizo dejar caer el tubo asustada, y este rebotó en el lavamanos, olvidado. Por menos de un latido de corazón, la vio allí, un brillo, un parpadeo. Sutton.
            Su gemela estaba parada junto a ella. Llevaba puesto el mismo polerón rosado y shorts de tela de toalla en los que había muerto, su cabello en largas y sueltas ondas alrededor de sus hombros. Sus ojos se encontraron en el espejo. El fantasma de una sonrisa en sus labios… y luego desapareció.
            - ¿Sutton? – Emma se dio vuelta para mirar tras ella. Pero incluso al darse vuelta, supo que no vería a nadie allí. Se volteó de nuevo hacia el espejo, a ver sus pómulos pronunciados, su nariz respingada. El límite entre Emma y Sutton había sido tan borroso por tanto tiempo. ¿Dónde terminaba la vida de su gemela y comenzaba la suya?
            Mi hermana tendría el resto de su vida para averiguar quién era. Pero yo tenía la sensación de que siempre sería parte de ella—de que de alguna forma, nos habíamos hecho cambiar.
            Un suave golpe sonó en la puerta. – Adelante, - dijo suavemente Emma. Laurel abrió la puerta. Fijó sus ojos en Emma por largo rato.
            - ¿Qué sucede? – preguntó Emma.
            Laurel sacudió su cabeza. – Sigue siendo tenebroso. Lo siento. Sé que probablemente estás cansada de oírlo. Es como que ere Sutton, pero… no. – Se acercó y se paró junto a Emma, pasándose un cepillo por su cabello rubio miel.
            - No, tienes razón. También es tenebroso para mí, - dijo Emma, mirando de nuevo al espejo. Estaba usando su polera vintage de Tootsie Pop[1] de 1970 y una falda de mezclilla artesanal que había hecho a partir de un par de jeans viejos. Se había trenzado el pelo flojamente a la espalda y se había recortado la chasquilla. Había estado en sus ojos desde que llegó a Tucson. – Estas cosas ya no se sienten como para mí. Pero la ropa de Sutton tampoco.
            Laurel se amarró el cabello en un moño suelto. – Bueno, eso sólo significa que pronto tendremos que tener un viaje de compras de crisis de identidad. Quizás esta semana vayamos a La Encantada.
            - Eso suena genial, - dijo Emma. Sus ojos se encontraron en el espejo, y ambas sonrieron.
            - Como sea, - Laurel dijo, sonrojándose de felicidad, - Creo que están esperándonos para empezar con el árbol. ¿Estás lista para bajar?
            Emma tomó aire. Esto era con lo que había soñado por tanto tiempo. Una navidad familiar. Ahora que estaba aquí, se sentía extrañamente nerviosa. ¿Y si no era lo que se esperaba? Quizás los Mercer se resentirían porque ella estaba aquí. Quizás no querían que baje y ayude.
            - ¿Crees que estaría bien? – preguntó mordiéndose el labio.
            Laurel levantó una ceja. – Sobreviviste chantaje, secuestro, y ataque, ¿Y estás preocupada por arreglar el árbol? Vamos. – Pasó su brazo por el de Emma y la apretó para alentarla. Juntas, bajaron las escaleras.
            La Sra. Mercer ya había colgado una guirnalda en la baranda de la escalera, y el aroma a vainilla y canela flotaba por la casa. En el living habían movido un sillón para hacer espacio para el abeto verde-plateado. Alguien ya había colocado pequeñas luces parpadeantes alrededor de sus ramas. Bing Crosby sonaba en el estéreo surround, y había una bandeja de galletas sobre la tapa del piano. Drake—llevando cuernos de reno de peluche—levantó su nariz para olfatear con esperanzas la bandeja.
            Los Mercer ya estaban allí, el fuego ardía en la chimenea. La Sra. Mercer estaba sentada moviendo cosas en una caja de decoraciones en el suelo, mientras que el Sr. Mercer estaba parado mirando pensativamente el árbol, usando un gorro de santa rojo brillante. La abuela Mercer también estaba allí, su cabello estaba perfectamente ondulado, y lleva perlas alrededor del cuello y garganta. Emma tragó saliva. La abuela aun no le había hablado más de lo absolutamente necesario.
            - Oh dios, ya están tocando Blanca Navidad, - se quejó Laurel, rodando sus ojos, pero Emma sabía que le gustaba en secreto. La Sra. Mercer sonrió satisfecha.
            - Es cierto, - dijo. – Y después de esto tenemos que soportar a John Denver y a Judy Garland también.
            Laurel pretendió ahogarse, y Emma se rio. Siempre le había gustado la música navideña—era una de esas cosas que podías disfrutar gratis durante las festividades. Se había pasado varias festividades caminando por la franja de Vegas[2], escuchando el show de la fuente del Bellagio tocar “It’s the Most Wonderful Time of the Year” y mirando los árboles navideños exuberantemente decorados que ponían los casinos. Ahora, tarareando la canción, tomó una galleta de la bandeja y la mordió.
            La abuela Mercer miró al Sr. Y a la Sra. Mercer, con arrugas de ansiedad en los costados de sus ojos. El Sr. Mercer le puso una mano en el hombro, una especie de comunicación silenciosa ocurrió entre ellos. Él le asintió seriamente, como motivándola. El corazón de Emma se saltó un latido.
            La Abuela Mercer tragó saliva y se volteó hacia Emma. Sus ojos escanearon la cara de Emma, asimilando las facciones tan parecidas a las de Sutton. Se aclaró la garganta. – Hay algo que me gustaría que tengas, Emma.
            Las orejas de Emma se levantaron al oír su nombre. Era la primera vez que la abuela Mercer lo había dicho en voz alta. Miró a Laurel, quien sonreía, la fogata bailaba en sus brillantes ojos verdes. Luego la mujer mayor le puso una pequeña caja en la mano a Emma.
            Ella la sostuvo por un momento, sin poder llevarse a perturbar el bello y pequeño envoltorio. La caja era como de joyas, atada con una cinta de satín. Podía contar con una mano el número de regalos que había recibido en su vida como ella misma. Ahora apenas sabía qué hacer.
            - Anda, - dijo la abuela, su voz tenía un tono de emoción exasperada. – Ya ábrela.
            Emma tomó la cinta con las manos y la tiró. Adentro había un ornamento, una simple estrella de cinco puntas en plata esterlina. En la parte del frente estaba grabado su nombre en letra cursiva. Bajo eso estaba su fecha de nacimiento.
            - Eso es lo que le di a cada una de las chicas para sus primeras navidades, - dijo la abuela, una sonrisa triste apareció en su cara. – Sutton y Laurel. Y también a la pobre Becky, años atrás. Pensé… pensé que te gustaría una también.
            Emma no podía hablar. Miró hacia abajo al pequeño ornamento en su mano, sus labios se separaron. La estrella se hizo borrosa al llenarse sus ojos con lágrimas. Por primera vez en un largo tiempo, no eran lágrimas de miedo, de pena, o de frustración. Estaba llorando con felicidad.
            De repente se dio cuenta de que todos en la habitación la estaban observando. El Sr. Y la Sra. Mercer estaban sonriendo suavemente, y Laurel se abrazaba las rodillas hacia su pecho en el sofá, mirando pensativa. La abuela le sonrió temblorosamente, con preocupación. Emma se secó rápidamente los ojos, mirándolos a todos a su alrededor. – Gracias, - susurró. – Es bello.
            - Pensamos que este año… podrías ayudarnos colgando el de Sutton también, - dijo el Sr. Mercer, su voz temblaba un poco.
            Emma asintió, su garganta estaba apretada con emoción mientras el Sr. Mercer le entregaba la otra estrella. Por un momento estuvo fría y dura, y luego lentamente se entibió en su piel. Las sostuvo, una en cada mano, grabadas con la misma fecha. Luego se volteó hacia el árbol y cuidadosamente las colgó lado a lado, para que sus puntas se tocaran.
            Las estrellas de la hermana, pensó. Finalmente juntas.
            Los miré a todos unos minutos más. Mi mamá estaba cantando “Noche de Paz,” riéndose cuando se equivocaba en las palabras. Mi papá ponía su brazo alrededor de la abuela Mercer, quien tenía lágrimas en sus ojos cuando encontró el adorno que yo había hecho en primer grado con mi foto de la escuela. Laurel levantó su calcetín, preguntando en voz alta si pensaban que era suficientemente grande. Drake, bajo el piano, astutamente abriendo la servilleta arrugada que contenía la galleta olvidada de Ema. Y Emma. Emma, desempacando los adornos, uno a uno, pasando sus manos cariñosamente por ellos. Preguntándose por la historia tras cada uno—de dónde venía, qué significaba, quién lo había escogido. Pero habría tiempo para aprender todo eso, tiempo para oír las historias de su familia y convertirse en parte de ellos.
            Y entonces me sentí a la deriva, lentamente separándome del mundo que siempre había conocido. Por un instante sentí pánico. No estaba lista. No quería dejarlos. Pero luego mis árboles se fijaron en el árbol, en nuestras pequeñas estrellas plateadas. Laurel había colgado la de ella justo bajo la de Emma. Entonces entendí. Éramos una constelación. Siempre estaríamos juntas.
            Me volteé hacia Emma, la hermana gemela que nunca pude conocer en persona, quien había vivido mi vida y me había traído paz, a pesar de que le había costado casi todo. – Gracias, - susurré.
            En el reflejo de las estrellas, vi mi propia silueta destellando en un radiante plateado-dorado, haciéndose más y más brillante hasta que ya no podía siquiera mirarme a mi misma. Me estaba convirtiendo en energía, pura y vibrante. Le di un último vistazo a mi familia, mi constelación, bella y brillante.
            - Recuérdenme, - dije, sabiendo que lo harían. Y entonces, tan rápido como una estrella fugaz, desaparecí.




**FIN**

[1] Tootsie Pop: Marca de caramelos.
[2] La franja de vegas: Parte famosa de Las Vegas donde hay muchos resorts y casinos.


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