miércoles, 25 de mayo de 2016

Seven Minutes in Heaven - Capítulo 33 - Hogar



       - Ha habido otro vuelco más en el sensacional caso del Asesino de la Gemela de Tucson, - reportó la voz de Tricia Melendez desde el computador de Sutton. – La noche del miércoles, Ethan Landry de dieciocho años fue arrestado por secuestro, ataque, e intento de asesinato. ¿La víctima? Emma Paxton, la hermana gemela de Sutton Mercer, y, hasta el día miércoles, el principal sospechoso del asesinato de Sutton.
Emma estaba acurrucada en la cama de Sutton la mañana del sábado, mirando sombríamente la pantalla. Había colocado el computador en la mesa de noche de Sutton, donde podía verlo desde el montón de almohadas. Había estado viendo cosas desde que se despertó, haciendo click en diferentes blogs y agencias de noticias para escuchar veinte diferentes versiones del mismo evento—el hecho de que Emma Paxton estaba libre de cargos, y que Ethan Landry había supuestamente matado a Nisha Banerjee y a Sutton Mercer.
En tan sólo unos minutos tendría que moverse. Tendría que levantarse, a pesar de que su cuerpo se sentía como si estuviera hecho de plomo, y bajar las escaleras para reunirse con los Mercer. Esa tarde, Sutton finalmente sería enterrada—y finalmente encontraría la paz.
¿La encontraría? Me había estado imaginando mi funeral por meses, pero ahora que estaba aquí, ya no estaba tan segura. ¿Este último adiós de mis amigos y familia me haría descansar finalmente? ¿O seguiría en la sombra de Emma por el resto de su vida, sin voz y sin poder y completamente sola?
- La policía ahora dice que Landry tentó a Paxton a venir a Tucson bajo el pretexto de que conocería a su hermana gemela perdida. – Tricia Melendez no pudo evitar un tono de regocijo en su voz. Estaba parada frente a la estación policial usando una chaqueta Armani de tweed, lo cual era un paso delante de su usual poliéster—parecía como que le hubieran dado un aumento. – Cuando llegó, él le enviaba mensajes y notas de amenaza para forzarla a suplantar a su hermana para que él pueda cubrir su crimen. La investigación sigue en marcha, ero una fuente le dijo a Canal Cinco que una unidad de depósito en las afueras de Tucson fue revisada la noche del miércoles, y aunque había sido registrada bajo un nombre falso, el empleado logró identificar a Landry como la persona que abrió la cuenta. No se sabe aún qué contenía la unidad, pero parece seguro asumir que la policía encontró evidencia importante al interior.
Emma sonrió levemente, preguntándose qué diría Tricia Melendez si hubiera abierto la unidad para encontrar un animal de peluche andrajoso esperando pacientemente al interior. Socktopus aún estaba retenido como “evidencia” pero deseaba tenerlo aquí. Sabía que era infantil, pero quería atarlo alrededor de su cuello para que la proteja, de la forma en que Becky lo hizo hace tanto tiempo. Una parte de ella aun sentía como que necesitaba toda la protección que pudiera conseguir. Quizás una parte de ella siempre se sentiría así.
Ethan. Un abismo oscuro e insondable se abría en su pecho cada vez que pensaba en él—sus honestos ojos azul-lago; su risa; sus labios en los de ella. Cada vez que un fragmento de sus conversaciones aparecía dando vueltas por su mente, sus coqueteos y sus promesas, un espacio frío y vacío se abría en su interior donde le habían quitado algo—algo puro y confiable y frágil. No sabía si volvería a confiar en alguien otra vez.
- Ayer, hablé con Beverly Landry, la madre del acusado, cuando ella salía de la corte, - continuó Tricia Melendez. Emma se levantó rápidamente de la cama, mirando la pantalla. La Sra. Landry estaba parada con inseguridad en los escalones de la corte, su cabello castaño claro estaba tomado en un moño al costado. A la luz brillante del día, lucía más asustada que hostil, sus ojos bien abiertos y vulnerables, en una delgada y hundida cara. – Lo vi cruzar el terreno hacia la casa de la chica Banerjee cerca de las tres la tarde del día en que murió, - dijo la Sra. Landry, acercándose nerviosamente hacia el micrófono. – Y hace unas semanas encontré un bolso verde metido en un rincón en el ático. Tenía un diario de vida y ropa de chica. Intenté decirme a mí misma que sólo lo había robado. Pero… pero tenía miedo. Tenía miedo de preguntar qué más habría hecho.
Emma sintió una sacudida no intencional de compasión hacia la mujer. No había lugar a dudas de que la Sra. Landry se haya sentido tan incómoda con Emma. Ella había sabido todo el tiempo quién era Emma, y de qué era capa su hijo—y,  o bien no quería creerlo, o estaba muy asustada para intervenir.
La cámara volvió a la reportera. – La oficina del fiscal distrital de Tucson planea acusar a Landry con dos cargos de asesinato y uno de intento de asesinato, además de fraude, conspiración, chantaje, secuestro, y ataque, - dijo. – La petición de libertad bajo fianza ha sido negada. Habla Tricia Melendez, me despido.
Emma caminó hacia el escritorio de Sutton y cerró el computador. El día anterior, se había encontrado con el fiscal distrital de Tucson, una mujer robusta y energética con un traje rojo autoritario. Había accedido a testificar en la corte y a proveer toda la evidencia que pueda para el caso. Le habían ofrecido inmunidad a ser acusada—la fiscal de distrito le dijo que podrían haberla acusado de fraude y robo de identidad si quisieran—pero no era ese el motivo por el cual accedió a testificar. Había jurado hacer justicia en el asesinato de su hermana, y planeaba cumplir su promesa hasta el final. La idea de volver a estar en una sala con Ethan, incluso separados por el podio del testigo y una docena de corpulentos alguaciles, hacía que el sitio hueco en su interior se sienta aún más fuerte. Pero el juicio sería en meses. Tenía tiempo para fortalecerse, para intentar sanar, antes de eso.
De acuerdo a la fiscal, el computador de Ethan mostraba que Ethan había hackeado la información personal de Sutton y de Emma—sus teléfonos, sus computadores, sus archivos médicos. También había copias de todas las fotos que le había tomado a Emma en su viaje a Las Vegas, y docenas y docenas de fotos de Sutton. Había encriptado todo, pero el equipo forense tenía un tipo que era más o menos un genio, y él había logrado conseguirlo todo.
            Se recostó sobre el montón de cojines, repentinamente exhausta nuevamente. Había sido tan fácil engañarla para Ethan, hacerla enamorarse de él. Él había sido su novio perfecto, divertido y sensible y detallista. ¿Acaso todo había sido un acto para mantenerla en Tucson? ¿Había alguna pequeña parte de eso que haya sido real? ¿Y ella quería que la haya? No estaba segura de qué era peor: ser engañada por un monstruo—o enamorarse de un asesino.
Hubo un suave golpe en su puerta. Emma se paró un poco y miró el reloj con forma de frijol que estaba sobre la ventana de Sutton. Era justo pasadas las una—pronto tendrían que salir. – Pase.
La Sra. Mercer abrió un poco la puerta y se asomó. Su sonrisa era casi tímida, pero sus ojos azules lucían cálidos. - ¿Cómo vas?
- Estoy casi lista – Emma dijo. Se quedaron quietas en un silencio incómodo por un momento, la cara de la Sra. Mercer estaba enmarcada con la puerta a penas abierta.
- ¿Puedo pasar? – Finalmente preguntó. Emma parpadeó. No se había dado cuenta de que su abuela estaba esperando una invitación.
- ¡Claro! Lo siento, yo… claro. Adelante.
La Sra. Mercer abrió la puerta y entró al cuarto, sentándose cuidadosamente en la cama. Llevaba puesto un limpio traje negro, y su melena había sido peinado tirante hacia atrás. Si no fuera por las arrugas en sus ojos, podría haber sido la hermana mayor de Becky. Cruzó sus pantorrillas y miró a su alrededor, con el fantasma de una sonrisa en los labios.
- Se siente tan raro aquí. Es como si ella estuviera a la vuelta de la esquina—en el baño, o en su closet. Y luego te veo aquí, luciendo tal como ella.
Emma no supo qué decir. Los últimos días, ella y los Mercer habían sido vacilantes y educados entre sí, como si estuvieran acercándose lentamente desde una gran distancia. Emma sabía que ellos necesitaban espacio para estar de duelo por Sutton, y había intentado no entrometerse. Pero a la vez, ellos parecían querer conocerla. Ayer, la Sra. Mercer le había preguntado cuál era su comida favorita, y esa tarde durante la cena, había un pastel de pollo a la cacerola humeando en medio de la mesa, junto la ensalada de hortalizas para acompañar y una garrafa de té dulce. El Sr. Mercer la había invitado a ir a caminar con él y con Drake, y al caminar le hizo preguntas sobre su vida antes de Tucson. Todos parecían estar evitando cuidadosamente el tema de Sutton o Ethan—Emma asumió que su luto y enojo estaban aún muy frescos— pero sus oberturas eran sinceras, y era un comienzo.
La única persona que no colaboraba era la abuela Mercer, quien había volado durante la noche anterior para el funeral. Cuando entró, miró a Emma por largo rato, sus ojos eran rojos y vidriosos, y luego subió por las escaleras hacia el cuarto de invitados con una dignidad fría. – Le tenía mucho cariño a Sutton, - le susurró el Sr. Mercer a Emma. – Todo esto es impactante para ella. Pero ya va a entenderlo. – Pero hasta ahora, la abuela Mercer no había mostrado señales de  “entenderlo”. Se refería a Emma como “esa chica” y le dio énfasis a sentarse tan lejos de ella como fuera posible durante la cena. Emma intentó no tomárselo a pecho, pero era difícil.
- Sé que esto también es difícil para ti, - dijo ahora la Sra. Mercer, mirando a Emma a los ojos. – No tienes idea de cuánto deseo que hubiésemos sabido de ti antes de que todo esto ocurriera. Habríamos ido a buscarte hace mucho tiempo. – Sonrió con tristeza. – Pero no tiene sentido desear lo que no puede ser cambiado.
- Desearía haber podido conocerla, - Emma dijo. Se abrazó a sí misma, aferrándose al cárdigan de lana gris que se había puesto para el funeral. Cuando levantó la mirada, la Sra. Mercer estaba secándose una solitaria lágrima.
- Lo sé. – Le dio una palmada a la cama junto a ella, y Emma se sentó. Su abuela le tomó la mano y la apretó. – Y espero que seas que esto no fue culpa de nadie más que de Ethan.
Emma no respondió. Sus propias mentiras casi le habían permitido que se salga con la suya. Si tan solo hubiera seguido intentándolo ese primer día, si hubiera insistido a la policía que revisen sus registros. Si tan solo no hubiera estado tan asustada.
La Sra. Mercer sacudió la cabeza, parecía que le hubiera leído los pensamientos. – No te culpamos, Emma. ¿Cuántos de nosotros hemos cometido errores en nuestras vidas? Si Ted y yo hubiéramos podido apoyar mejor a Becky, quizás no te habría mantenido en secreto. Si Becky no hubiera hecho de su vida un desastre tan grande, quizás hubiera podido cuidarlas a las dos, o hubiera sido inteligente y nos hubiera entregado a las dos. Si tú no hubieras sido un secreto para todos, Ethan nunca podría haberte usado de la forma en que lo hizo. Por supuesto que duele que hayas sentido que tenías que mentirnos. Pero estabas cargando con un peso terrible y doloroso, tú sola. No sé si alguno de nosotros hubiera actuado diferente a como actuaste tú. – El labio de la Sra. Mercer tembló por un momento. – Todos hemos cometido errores. Pero fue Ethan quien escogió quitarle la vida a mi hija. Nadie más.
Emma tragó saliva. Quería creerle a la Sra. Mercer. Quería perdonarse a si misma. Quizás, con el tiempo, lo lograría.
Puse mi mano sobre la de Emma. – Yo te perdono, - susurré, deseando poder absolverla de su culpa.
La Sra. Mercer se volvió a aclarar la garganta. – Ted y yo hemos estado discutiendo las cosas, y nos gustaría que te quedes aquí—si eso es lo que quieres, por supuesto. – Sus pestañas se agitaron. – Puedes terminar la secundaria en Hollier. Vamos a tener una reunión con la directora Ambrose para que tengas tu propio horario. Y te vamos a ayudar a mirar universidades. Tus notas de Las Vegas son impresionantes.
Emma se puso rosada. De repente notó que este era el primer cumplido que la Sra. Mercer le hacía como ella misma, como Emma. En algún lugar en el dolor vacío de su hecho, una pequeña ceniza se iluminó.
La Sra. Mercer continuó. – Sutton tenía fondos para la universidad. Supongo que lo entendería si los usáramos para ti.
Por supuesto que lo entendía. Después de todo lo que había ocurrido, después de todo lo que Emma había hecho por mí, ella se merecía esto.
Emma levantó la mirada para encontrarse con los ojos de su abuela, tan parecidos a los suyos. – Gracias, - susurró, con la voz tiritando. – Es sólo que—yo nunca supe, antes de haber venido aquí, cómo se sentía. Tener una familia.
La Sra. Mercer la abrazó fuertemente. Emma podía oler su perfume de Elizabeth Arden y un pequeño aroma a té Earl Grey.
Después de separarse, permanecieron sentadas en silencio por un momento. Emma miró a su alrededor al conocido dormitorio. Había velas a medio derretir en frascos de vidrio sobre el escritorio de madera blanca. Había botellas de vino llenas de flores secas en el borde de la ventana con asiento. Los cojines de Sutton repletaban todas las superficies, gruesos y esponjosos. En el vestidor había chucherías y recuerdos ordenados cuidadosamente alrededor de la TV LCD de pantalla grande—conchas luminosas, una pequeña caja con incrustaciones de nácar, una lechuza de cerámica blanca. El cuarto olía suavemente a menta y a lirios del valle, tal como la primera noche en que Emma llegó. Ella no había hecho muchos cambios en el cuarto desde que volvió a casa de los Mercer como ella misma. Había una pequeña pila de libros en la mesa de noche, y una bufanda Hermès vintage que había comprado en la tienda de segunda mano que había dejado colgando del respaldo de una silla. Había dejado todas las viejas fotografías de Sutton puestas en la pizarra de corcho tras el escritorio—pero había añadido algunas de sí misma también. Una de Alex parada frente a la fuente del Bellagio, las luces coloridas se reflejaban en su cara. Una de Emma y Laurel, con sus brazos alrededor de los hombros de la otra.
Tanto le había pasado a ella aquí—en esta casa, en este cuarto. Gran parte había sido dolorosa, pero eso no eliminaba lo bueno. Finalmente había encontrado a su familia. Finalmente había encontrado el lugar al que pertenecía.
La Sra. Mercer le siguió la mirada. – Este es tu cuarto ahora, - dijo suavemente, pasando sus manos por la manta rosada de Sutton. – Podemos redecorarlo de la forma que quieras.
Emma sacudió su cabeza. – Quiero mantenerlo así, sólo por un tiempo más. Me hace sentir cerca de ella.
La Sra. Mercer sonrió. – Yo igual. – Fue hacia la puerta y puso una mano en el marco. – Vamos a salir como en media hora. Baja cuando estés lista. – Y con eso, desapareció.
Emma se quedó sentada en el silencioso cuarto por un momento. En el cuarto de al lado podía oír la música de Laurel a través de la pared, los bajos retumbaban. En el piso de abajo, la abuela Mercer y el Sr. Mercer discutían sobre la corbata que él había escogido.
Estos eran los sonidos de una familia normal—una a la que ella de hecho, pertenecía. Y que, ojalá, crecería en uno más, eventualmente. Pensó en el secreto que le había dicho a los Mercer tan pronto llegaron a casa desde la estación policial: que Becky tenía otra hija, en algún sitio en California. Tendría doce a estas alturas., Emma ni siquiera sabía cuál era su nombre, pero los Mercer habían prometido ubicarla también. Con suerte era una niña feliz, donde sea que esté, pero si no lo era—bueno, los Mercer tenían una gran casa.
Pero eso podía esperar. Hoy, finalmente, Emma podría decirle adiós a una hermana. Mañana se preocuparía de la otra.

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